Hay en Valencia un camino de los Magnolios (como lo llamó Ina) que va desde el Parterre, pasando por la Glorieta, y cruzando el río hasta la Alameda. En el Parterre hay uno enorme, el más anciano y grandioso. De pequeños solíamos meternos en el hueco que hay dentro, donde su vientre de maternal magnolia. En la Glorieta hay tres Magnolios más. Dos de ellos igualmente enormes, uno más pequeño. Junto a uno de los Magnolios más grandes, está el parque infantil, con sus columpios, balancines y tortugas con agujeros para entrar y salir. Allí tenemos varias fotos de pequeños, pero en papel, no están, por ahora, escaneadas.
En la Alameda están esos Magnolios maravillosos, tres a un lado, junto a la fuente, uno más pequeño al otro lado, junto al quiosco y la pérgola. Los dos más grandes de todos, cercanos a la fuente, dan la sombra como quien da la bendición. Si hace mucho calor, uno cabe dentro, como en un nido al que regresa. Hay hojas del árbol alrededor, y las flores del magnolio en el suelo, que caen al poco de abrirse. Mi amiga Sonsoles solía caminar alborozada por esa Alameda celebrando que fueran magnolios, magnolios, nolios, olios... Allí, en ese lado de la Alameda, o en el lado del río, cerca de la escalinata, en las barandas de madera, solíamos algunos de los futuros ex-filósofos o ex-artistas juntarnos después de clase, o bien cuando hacíamos novillos, jugando a esto o a lo otro, o dibujando rayuelas en caras, brazos y piernas. Así como un cálculo extraviado de Leibniz o un corolario inútil de Spinoza o un borrón en el pentagrama de Satie, todo ello aderezado con la vista previa del azur en los ojos y previa digestión del bocadillo sin par de calamares impares.
Encuentro estos fragmentos en un cuaderno que escribió el titubeante señor Garcín hace tiempo:
"... por qué no un día descubrir por qué llegamos a ser escribientes de deseos, cantantes de baladas fugitivas, músicos desolados, amantes irónicos, violinistas confusos, payasos descreídos, cocos del desierto, mujeres sangrantes, travestidos ocultos, preciosos derrotados, ratas y ratones del paraíso; (...) por qué no decirlo, que fuimos tan veloces porque queríamos ser los héroes, las heroínas, y que al final, en la última escena, nos esperara el beso, junto a los columpios, bajo la luna, con el magnolio al fondo."
(Valencia, junio de 1981)
... texto al que acompañaban estas citas...
'And there I found myself more truly and more strange' –Wallace Stevens-
'Trust your heart' –The Kinks-
(c) El Cantante Mudo, todos los derechos bajo las sombras inclinadas
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