martes, 8 de marzo de 2011

fraternidad

PLEGARIA DESDE LAS TIERRAS ALTAS
(Un momento de plegaria y correspondencia)
“La plegaria constituye una terapia de la confesión.(...) Personas que son ellas mismas, que confieren experiencia y son su fundamento, de manera que el himna del corazón ve en ellas, y no en nosotros, a las Personas verdaderas. Nosotros les hablamos, ellas nos hablan, y esta “situación dialógica” que constituye la plegaria (a diferencia de la adoración, la idolatría, el éxtasis) como acto psicológico es, en palabras de Corbin, “el acto supremo de la Imaginación Creadora”
(James Hillman, “El pensamiento del corazón)
"La resistencia poética ha empezado ya hace mucho tiempo a transformar lo estético, lo ético y lo político en la Ciudad, pero de forma individual, local, clandestina. El paso efectivo de la patria a la 'fatria' se produce sin ruido mediático, sin espectacularidad. (...) En al memoria de las mujeres, el tiempo circular de la prehistoria ha sobrevivido clandestinamante a todas las formas de inquisición (...) La hazaña del pensamiento de las mujeres no es encarnar la memoria del fuego, es haber sobrevivido, siglo a siglo, a las pruebas de la hoguera, del linchamiento, del hospital psiquiátrico. Será inventar las lenguas de la gran distancia entre la arkhé y la tékhne, y transmitir el uso a los hijos del siglo por venir. (...) Rimbaud predecía que la devolución de la mujer a sí misma estaría en el origen de una mutación de mentalidad. Expulsar a una mujer a su soledad es forzarla a volver a parirse para escapar del suicidio o de la locura. Hacer del expulsor el objeto de otra expulsión fue la respuesta feminista radical a la misoginía fundadora de la filosofía occidental. Pero entre estas dos morales simétricas, ambas determinadas por el principio de exclusión, está la vía poética. Una mujer no puede emprenderla con posibilidad de éxito si no la mueve el amor incondicional al amor. La primera operación mental que exige esta búsqueda del paso es la alianza con el hombre-hermano, que implica la ruptura con el 'hombre de piedra' (...) La hermana conducirá la barca que debe pasar por el estrecho entre un patriarcado intelectual autoritario y un matriarcado afectivo no menos abusivo. En el ensanchamiento del paso, el horizonte de la fraternidad."

(Claire Lejeune. El Libro de la Hermana, Ed Pre-Textos 2002, traducción de Flor Herrero)

UNA PLEGARIA. DESDE SENEFFE HASTA OBAN.
En el camino del corazón uno se encuentra con un pequeño número de personas con las que establece una particular conexión, personas que son “auténticas” en un universo de fantasmas, personas a las que reconoce “como uno de los suyos”, y esa conexión se establece como la de dos vasos sanguíneos. Son personas con las que existe un diálogo más allá de su presencia física y mutuamente se enriquecen e iluminan sus corazones, exista encuentro físico entre ellas o no.
Existen amigos, seres queridos, con los que esta relación se afianza y crece con el tiempo. En otros casos, las relaciones son más breves, efímeras, o responden a un momento concreto del tiempo de la historia personal. En el caso de personas creadoras, artistas, de personas con una proyección de su arte u oficio hacia el exterior, la relación también tiene ese sentido de diálogo o conexión intemporal, incluso aunque aparentemente no suceda un conocimiento personal, sino sólo a través de la propia obra y sus gestos y actitudes, e incluso en el caso en que ese conocimiento sea aparentemente unilateral, se puede sin embargo dar el caso de que tú también tengas tu propia obra u oficio, tus gestos y actitudes, ajeno a las de la otra persona, y desarrollándose la de los dos en contextos espacio-temporales en los que no se produce un contacto “real”.
A mi siempre me ha gustado la palabra “correspondencia”. Y la frase mantener correspondencia, en los sentidos en que pueda leerse y decirse.
Como en algunos otros casos, en el caso de Bob Dylan, sin pretender ir más allá del conocimiento de su obra a través de la expresión de la misma en vivo o en su escritura o en su escucha grabada, he experimentado desde, por poner una edad, los 13 años, esa sensación de alguien con quien mantienes correspondencia.
“Wordsworth y Coleridge mantenían correspondencia”. “Rilke y Lou-Andreas Salome mantenían correspondencia”. Dos amigos mantienen correspondencia. Y podría seguir en otro orden de cosas diciendo: “Los pájaros y la lluvia mantienen correspondencia”. “Alguien que vive en mi barrio mantiene correspondencia con Cartier Bresson, con Doisineau, o con San Juan, o con Leonard Bernstein”. “Los vivos y los muertos mantienen correspondencia”.... Así es como puedo decir que mantengo correspondencia con Dylan desde hace ya casi 25 años, con lógicas interrupciones, con momentos más intensos y otros más tenues, compartiendo esa correspondencia con otras personas, ya fueran conocidas por mí personalmente o no. Podría citar amigos, amores. Podría citar un gato. Podría citar a Conrad, Berger, Chejov, Dickinson, Beethoven, Cortázar, Morrison, Stevenson, Vermeer, Dylan Thomas, Barrio, una motocicleta, un mecánico...
En el caso de Dylan, sé perfectamente que esa correspondencia es sólo un fragmento compartido de mi amplia existencia, que su obra y la mía no se conocen “personalmente”, ni por supuesto las personas que las creamos. Pero para eso están las obras, para que viajen a su aire, para que fluyan y den lugar a encuentros y afinidades. Cuando más te apartas de lo que consideramos “nuestro mundo”, cuanto más te acercas a ese otro mundo mágico, casi primitivo, como así ocurre en el momento de adentrarse en las Highlands, las Tierras Altas de Escocia, menos importancia tiene quién hace qué, y más qué es lo que se hace, o simplemente, de qué forma conmueve lo que alcanza tus sentidos. Yo tuve esa experiencia en los pocos días que anduve por las Highlands, y sentí que esa experiencia me comunicaba con gente como Dylan, Burns, Keats, Stevenson, o con gente anónima que pasó por allí sin dejar más huella que la belleza que retuvo.
(Dos mujeres de mediana edad se acercaron en una esquina de una calle en Oban para preguntarme por la dirección de otra calle, quizás confundiéndome con alguien del lugar, y yo me disculpé explicándoles que no era de allí, que era español. Había cerca de nosotros un anciano de unos 80 años, con gorra y bastón, que se acercó a las dos señoras y les indicó el camino. Cuando ellas se marcharon, crucé una mirada con el viejo y le expliqué que yo no había podido ser de ayuda porque no era de allí. Y el anciano me dijo "no te preocupes, muchacho, nadie somos de aquí".)

(c) Fernando Garcin

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