domingo, 14 de febrero de 2010

El Cantante Mudo (papeles salteados)

EL CANTANTE MUDO. PAPELES SALTEADOS.


El Cantante Mudo soñó que nevaba toda la noche, y la Bailarina Morfina soñó toda la noche que nevaba. El Raro Ismael pasó la noche en blanco, con los dardos y la diana.
El Cantante Mudo pensó en 9 cronopios que salían alborozados a ver la nieve con sus abrigos, y sus bufandas, y sus guantes, y todo así. Había un décimo cronopio que salió más despacio, pues creía ser el Rey, de los otros 9 al menos, siendo así que tenía una cicatriz con forma de lombriz, una bufanda que anda, y la voz de Edward G. Robinson. Antes de mediodía la nieve ya estaba cuajada, el postre divino, en tanto el Raro Ismael que echó un breve sueño cerca del calefactor, salió al despertar en busca de sus amigos con la cara marcada, el resto del cuerpo desmarcado, el abrigo moteado y el pantalón iba con su agujero, ay, ahí. Nadie se echaba el guante, y cuando la Bailarina Morfina se le echó al Cantante Mudo cayó en saco roto, el Cantante Mudo había cerrado los ojos para escuchar mejor cómo suenan las botas cuando pisan blanco blando. La gorra era indispensable, para atrapar en su red el vaho de las bocas y tener material de primera para escribir segundas letras en terceros escaparates. La Bailarina Morfina escribió “risas heladas oh”, el Raro Ismael escribió “nada, el sol, todo nuevo”. El Cantante Mudo recordó el cumpleaños de una sobrina de un tío, y escribió “no sé los árboles que inventas, aquí se escapan de los tubos y cuando reciben de más sueltan hojas y los regalos entonces”.

(c) Fernando Garcín

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